Me parece que fuera ayer; y han pasado ya dos años.
Fue el Viernes Santo de 1912.
Fue el Viernes Santo de 1912.
Venía de Budapest, por Trieste, y días antes había llegado en Venecia, de paso a Roma.
El tiempo rígido, la constante lluvia y la falta de góndolas, casi no me habían permitido visitar detenidamente la ciudad y apenas si había podido admirar sus palacios medioevales, sus hermosos lagos de apacibles ondas, y sus Museos y sus Iglesias de asombrosa arquitectura y belleza.
Inopinadamente, sin que nadie lo esperase, la mañana de aquel día –Viernes Santo de 1912–, fue excepcionalmente espléndida. El sol ardía en un mar de fuego. La niebla disipóse velozmente y las nubes se evaporaban en espirales inmensas; y el cielo, hasta entonces brumoso y sombrío, presentóse níveo y luciente; luego, poco a poco, de azul claro; que lentamente, tornóse intenso y tan brillante y tan magnífico, como el de nuestro hermoso cielo ecuatorial.
Bello día –me dije– ; y como si temiera de que tan espléndido e inesperado tiempo desapareciera, apresurado dirigí mis pasos hacia la plaza de San Marcos, junto a la cual se halla, dominando la ciudad, la antiquísima y celebérrima Catedral del mismo nombre.
¿Quién no ha oído hablar de San Marcos de Venecia? ¿Quién no sabe que es ella una de las Catedrales de más fama en el mundo, ya por su estilo modelo de gracia, por su antiguedad que data de los tiempos medioevales, ya, en fin, por la magnificencia y la regia pompa del culto que se oficia, especialmente en la Semana Mayor ? Todo el mundo lo sabe o lo ha oído; empero, a la fama aventaja y excede en mucho la realidad.
¡ Qué grandiosa catedral, en efecto ! Apenas había atravesado el pórtico que conduce a su interior, cuando tuve a mis ojos algo como una visión de cinematógrafo. Los cuadros se sucedieron a los cuadros y las imágenes siguieron a las imágenes, con gran derroche de lujo y de belleza. Quedéme como ciego por un momento, y solo después, poco a poco, pude darme cuenta del magnífico conjunto de armonía y de arte que se extendía delante de mi vista.
Primeramente admiré la pared interna de los viejos y sólidos muros, trabajada con delicado estuco, sin duda durante años de años, y recamada de oro purísimo, con tanta paciencia y tan acabado gusto, que se podía contemplar como de relieve, hermosísimos mosaicos inspirados en las leyendas de los Santos o en los misterios de la Religión....... después, las soberbias estatuas de los doce Apóstoles, de mármol, llenas de vida, con sombras a cincel y contornos finísimos, revelación del genio y orgullo de los siglos....... en seguida, las Imágenes al óleo, obras maestras de los mejores artistas italianos que allí se dieron cita para rivalizar en toques de colorido y pinceladas de luz.......... luego, el Domo tachonado de estrellas de oro....... el Baptisterio de bronce........ el Crucifijo del inmortal Tintoretto........ el embaldosado, de mármol de Carrara, terso y límpido cual la superficie brillante de tranquilo lago........
En el amplio vestíbulo del Altar Mayor oficiaba la Ceremonia solemne de Pasión el Patriarca de Venecia, revestido de negras y riquísimas vestiduras, acompañado de sus diáconos, también de rigoroso duelo, uno de los cuales le presentaba el Sagrado Madero de la Cruz.
En el amplio vestíbulo del Altar Mayor oficiaba la Ceremonia solemne de Pasión el Patriarca de Venecia, revestido de negras y riquísimas vestiduras, acompañado de sus diáconos, también de rigoroso duelo, uno de los cuales le presentaba el Sagrado Madero de la Cruz.
Principiaba la adoración de Viernes Santo, tan solemne en toda la cristiandad. Lentamente, primero los religiosos y sacerdotes, después los seglares y el pueblo, vinieron en gran orden y admirable disciplina a prosternarse reverentes ante el Leño Sagrado; mientras que el Coro, dividido en dos secciones y compuesto probablemente por los mejores artistas de Venecia, comenzaba a entonar los Improperios que es de rigor en ese día Santo.
Las apasionadas notas en la menor de ese dolorosísimo concierto, repercutieron en aquel enorme recinto, en donde una apiñada multitud llena de fe, escuchaba humilde y emocionada los lamentos del Salvador. De pronto dos tenores, cuya voz era una queja, comenzando por re menor, continuaron progresivamente en mi, con variantes agudos y graves, como si tuviesen el loco empeño de expresar el dolor, el inmenso dolor de Dios abandonado de los suyos, desconocido de los pueblos, y, vilipendiado por la humanidad.
« Populus meus, quid fecit tibi...
Pueblo mío, ¿qué te hice yo? o ¿ en qué
te contristé ? respóndeme... »
La vigorosa voz de los artistas llegaba a su plenitud; y ella ya no era solo una queja, sino más antes una súplica dolorosísima que llegaba al alma; que iba feneciendo lentamente, entre raudales de armonía; y que agonizaba, al fin, en un triste y doloroso silencio...........
¿ Es que la nostalgia de la patria influye sobre la sensibilidad ? ¿ Es el sentimiento religioso el que más poder tiene en el hombre ? ¿ O, es que el recuerdo vigoriza y exalta las pasadas impresiones ? No lo sé; no podría decirlo. De ello han pasado ya dos años. Después me he hallado en la Ópera de París, he oído a Kubelik, admirado a Sarah Bernhardt, aplaudido frenéticamente a Caruso, y en el teatro de San Martín, en la Capital de Francia, sentí húmedos mis ojos, ante la representación de « Cyrano de Bergerac ». En Londres, asistí a « Hamlet ». En Roma, oí a Perosi. En Madrid, tuve impulsos de llorar oyendo a « Rigoletto ». Y me quedé sobrecogido y confuso cuando escuchaba en Berlín los « Nibelungen » de Wagner. Y en Viena, me brotaron lágrimas, al oír en el Teatro Imperial, el Solo de un barítono húngaro que cantaba « Aída ». ¿ Es que tiene Verdi algún rival en ternura y sentimiento ? Han pasado ya dos años. Mas nunca he vuelto a sentir emoción tan intensa y profunda como la de aquel día en Venecia, que ha quedado impresa para siempre en mi corazón.
« ¿Qué más debí hacer por ti que no lo hiciese ?
Yo por ti descargué mi azote sobre Egipto y sus
primogénitos; y tú, después de azotado, me
entregaste... Yo te serví de guía en una columna
de nube; y tú me llevaste al pretorio de Pilatos...
Yo te di a beber un agua saludable que saqué de
una piedra; y tú me diste a beber hiel y vinagre...
Yo te exalté con un poder; y tú me levantaste en
el patíbulo de la Cruz... Pópulus meus, quid féci
tibi... Pueblo mío, que te hice yo ? o en qué te contristé ? »
Y la apasionada voz de los tenores vibraba clara y sonora en el espacioso templo, todo de duelo, y engalanado con crespones de luto que pendían de la bóveda al suelo, entre coronas de mirtos, césped y palmeras de los trópicos. El humo de la mirra ascendía aún en torbellino delante del SANCTA SANCTORUM y de la anterior profusión de luces de cirios y de numerosísimos focos eléctricos ya no quedaba nada; estaban apagados y sin brillo. Únicamente, en el cimborio y arcada quedaban, tal vez, algo de la fragancia de las flores y del perfume del incienso. Los improperios continuaban y el pueblo, con gran devoción, seguía adorando la Cruz. Verdaderamente reinaba allí un ambiente de Fe y de sentimiento religioso, que levantaba en espíritu a las regiones de lo infinito y se acercaba a Dios.
« Pueblo mío, qué te hice yo ? O en qué te contristé ? respóndeme...
continuaban los coros con grande inspiración y tristeza. - Porque te
saqué de la tierra de Egipto preparaste una Cruz a tu Salvador. Quia
eduxi te per desertum... Porque te llevé cuarenta años por el desierto,
te alimenté con el maná y te dí una tierra muy buena.... Quid ultra
débui facere tibi, et non féci... Qué más debí hacer por ti, que no lo
hiciese ? En verdad, te planté como viña mía excelente; y tú me has
sido amarga en exceso; pues en mi sed me diste a beber vinagre y con
una lanza abriste el costado de tu Salvador... Populus meus, quid feci
tibi ? Pueblo mío, qué te hice yo ? O en qué te contristé ? Respóndeme... »
Y la música, y el canto, y el concierto, y la adoración de la Cruz, continuaban, llegando a lo sublime. Se diría que la ceremonia se tornaba en un trasunto del Cielo. Nunca, como en aquel día, comprendí la excelsitud del Cristianismo. Y nunca me pareció el hombre más grande que de rodillas ante Dios. Esos improperios, de tan exquisito arte y magnífica interpretación, me parecieron los lamentos del Señor que se quejaba a toda la humanidad. Y jamás como entonces me di cuenta del gran poder de la Cruz, de ese sagrado Leño, que reverente besaba todo un pueblo; Lábaro bendito a cuya sombra, se ha de librar la última y la más encarnizada batalla de la Verdad y del pensamiento !
Mi cerebro estallaba. En busca de paz ascendí a lo alto del templo. Y pude contemplar entonces a Venecia ideal construida sobre el agua, con sus calles, o mejor, con sus canales llenas de góndolas, las cuales, como blancas gaviotas, iban de los lagos a la ciudad y de la ciudad a los lagos, resbalando dulcemente sobre la argentada superficie de las ondas....... Las Palomas de San Marcos revoloteando por las torres de las bizantinas Iglesias, se detenían en los campanarios y refrenaban su vuelo delante de la Plaza de San Marcos y se posaban sobre los hombros de los transeúntes que les ponían en el pico migajas de pan....... y revoloteando luego se perdían en el horizonte sin límites de las aguas.
¡ Como pasa el tiempo ! Hace ya dos años y me parece que fuera ayer. Y de ellos ya no me queda sino el recuerdo ! Sólo que a la hermosa Venecia, la gentil Señora de los mares, la ciudad de numerosos lagos y bellas góndolas, la alumbra el sol ardiente de Italia y la arrulla el dulce vaivén de las olas que beben sus palacios; en tanto que a mis recuerdos, a mis muertas ilusiones, y a mis ensueños de amor, náufragos en las tempestades sin bonanza de mi alma, no les alumbra sino mi dolor y tan sólo les arrulla el oleaje tumultuoso de mis lágrimas.
¡ Venecia ! Ciudad de los lagos y de las góndolas... de las palomas de San Marcos y de los templos bizantinos, única en el mundo, ya no he de volver a contemplaros jamás !
¿ Jamás ?
Abril de 1914
primogénitos; y tú, después de azotado, me
entregaste... Yo te serví de guía en una columna
de nube; y tú me llevaste al pretorio de Pilatos...
Yo te di a beber un agua saludable que saqué de
una piedra; y tú me diste a beber hiel y vinagre...
Yo te exalté con un poder; y tú me levantaste en
el patíbulo de la Cruz... Pópulus meus, quid féci
tibi... Pueblo mío, que te hice yo ? o en qué te contristé ? »
Y la apasionada voz de los tenores vibraba clara y sonora en el espacioso templo, todo de duelo, y engalanado con crespones de luto que pendían de la bóveda al suelo, entre coronas de mirtos, césped y palmeras de los trópicos. El humo de la mirra ascendía aún en torbellino delante del SANCTA SANCTORUM y de la anterior profusión de luces de cirios y de numerosísimos focos eléctricos ya no quedaba nada; estaban apagados y sin brillo. Únicamente, en el cimborio y arcada quedaban, tal vez, algo de la fragancia de las flores y del perfume del incienso. Los improperios continuaban y el pueblo, con gran devoción, seguía adorando la Cruz. Verdaderamente reinaba allí un ambiente de Fe y de sentimiento religioso, que levantaba en espíritu a las regiones de lo infinito y se acercaba a Dios.
« Pueblo mío, qué te hice yo ? O en qué te contristé ? respóndeme...
continuaban los coros con grande inspiración y tristeza. - Porque te
saqué de la tierra de Egipto preparaste una Cruz a tu Salvador. Quia
eduxi te per desertum... Porque te llevé cuarenta años por el desierto,
te alimenté con el maná y te dí una tierra muy buena.... Quid ultra
débui facere tibi, et non féci... Qué más debí hacer por ti, que no lo
hiciese ? En verdad, te planté como viña mía excelente; y tú me has
sido amarga en exceso; pues en mi sed me diste a beber vinagre y con
una lanza abriste el costado de tu Salvador... Populus meus, quid feci
tibi ? Pueblo mío, qué te hice yo ? O en qué te contristé ? Respóndeme... »
Y la música, y el canto, y el concierto, y la adoración de la Cruz, continuaban, llegando a lo sublime. Se diría que la ceremonia se tornaba en un trasunto del Cielo. Nunca, como en aquel día, comprendí la excelsitud del Cristianismo. Y nunca me pareció el hombre más grande que de rodillas ante Dios. Esos improperios, de tan exquisito arte y magnífica interpretación, me parecieron los lamentos del Señor que se quejaba a toda la humanidad. Y jamás como entonces me di cuenta del gran poder de la Cruz, de ese sagrado Leño, que reverente besaba todo un pueblo; Lábaro bendito a cuya sombra, se ha de librar la última y la más encarnizada batalla de la Verdad y del pensamiento !
Mi cerebro estallaba. En busca de paz ascendí a lo alto del templo. Y pude contemplar entonces a Venecia ideal construida sobre el agua, con sus calles, o mejor, con sus canales llenas de góndolas, las cuales, como blancas gaviotas, iban de los lagos a la ciudad y de la ciudad a los lagos, resbalando dulcemente sobre la argentada superficie de las ondas....... Las Palomas de San Marcos revoloteando por las torres de las bizantinas Iglesias, se detenían en los campanarios y refrenaban su vuelo delante de la Plaza de San Marcos y se posaban sobre los hombros de los transeúntes que les ponían en el pico migajas de pan....... y revoloteando luego se perdían en el horizonte sin límites de las aguas.
¡ Como pasa el tiempo ! Hace ya dos años y me parece que fuera ayer. Y de ellos ya no me queda sino el recuerdo ! Sólo que a la hermosa Venecia, la gentil Señora de los mares, la ciudad de numerosos lagos y bellas góndolas, la alumbra el sol ardiente de Italia y la arrulla el dulce vaivén de las olas que beben sus palacios; en tanto que a mis recuerdos, a mis muertas ilusiones, y a mis ensueños de amor, náufragos en las tempestades sin bonanza de mi alma, no les alumbra sino mi dolor y tan sólo les arrulla el oleaje tumultuoso de mis lágrimas.
¡ Venecia ! Ciudad de los lagos y de las góndolas... de las palomas de San Marcos y de los templos bizantinos, única en el mundo, ya no he de volver a contemplaros jamás !
¿ Jamás ?
Abril de 1914
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